Miró hacia abajo y lo vio. Estaba tumbado en la repisa de la ventana. Sobresalía medio culo porque la repisa no había sido diseñada para sostener el cuerpo de un perro. Geranios, quizá. Pero nunca un perro. Continuó el vuelo. Planeó sobre el jardín. Su pareja estaba esperándolo junto al cuenco plateado. Aquel día, el alimento lucía brillante y apetitoso…
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