Hay algo magnético en un laberinto, en la posibilidad de encontrar la salida, que para mí siempre ha sido, en realidad, la entrada: una suerte de experiencia (tortuosa) de iniciación.
Dibujarlos puede resultar incluso más atractivo porque eres tú quien decide dónde colocar las trampas. Éste, por ejemplo, aparece en mi fanzine El espacio entre el arbusto y el pájaro o ¿De dónde vienen los niños? y, aunque a primera vista parece sencillo, me costó mucho dibujarlo porque mi mano-mente tendía a los vericuetos. A las encrucijadas.
Existen dos grandes tipos de laberintos: el laberinto univiario (solo hay un camino) y el laberinto multiviario (repleto de caminos alternativos). El segundo empezó a utilizarse en los jardines ingleses del siglo XII para el encuentro romántico y es el que menos me interesa. Porque el primero, ¡ah, el primero!, ¡el univiario!, requiere una paciencia y una forma de estar comparable a la de un rito espiritual. Y eso me resulta fascinante.
Yo recorrí, una vez, un laberinto circular univiario. Muchos meses después escribí este texto:
Keep reading with a 7-day free trial
Subscribe to ¿Dónde está la pelota de baloncesto? to keep reading this post and get 7 days of free access to the full post archives.